martes, 27 de enero de 2015

Cuéntame un cuento de oro

23:57

En un lugar recóndito, lleno de arena hasta donde la longitud de los brazos de mil hombres alcanzará, se alzaba en la antigüedad una gran ciudad árabe cuyo nombre se perdió con el viento que movía las dunas.
El reino era próspero y lleno de riquezas y como tal, había unos cuantos muy ricos  y unos muchos muy pobres. Y el equilibrio se sostenía como lo ha hecho desde el principio de los tiempos de la mercadería.

Estaba un hombre paseando por esta hermosa ciudad, colmada de colores, bellos palacios y grandes paseos, cuando  miró a su bolsillo vacío apenado pensó: "de seguir así un día más, tendré que roer la pintura de esos altos muros para poder sobrevivir, ¡cómo seré de pobre que ni turbante tengo ni puedo hacer por no rasgar mis últimas ropas para tal fin!".

Y estaba en estas, sintiéndose derrotado, cuando un hombre vestido de bien se le acercó y le dijo:
-Buen hombre, estaba observándole y me gustaría ofrecerle una de las dos pertenencias más importantes para mí, y que llevo en este instante: mi turbante o mi bolsa con unas pocas monedas de oro. No tema, es un ofrecimiento sincero. Sólo ha de tomar una decisión.
-¡Gracias oh Alá! - repetía el pobre hombre - pero, ¿cómo haré para resolver tan difícil problema? Si eligiera el turbante ¿no quedaría igualmente en la pobreza aunque reservado de este difícil sol?
-Pues elija usted el dinero, y vaya a comprar un turbante con él, hay las justas monedas para que pueda hacerlo- dijo el otro.
-Pero si así lo hiciera, no quedaría pobre como al principio pero con un turbante, como en la otra opción. Cierto que sería nuevo pero mi prioridad sería comer...
-¿Entonces, que decidirá? Elija, que el tiempo apremia.

El hombre pobre tomo un minuto para sí, miró su cuerpo, su alrededor y de pronto dijo:

-Esta bien, decido quedarme con el turbante.

El hombre rico le miró anonadado y le dijo:

-¿Por qué lo ha hecho, no sería mejor coger el dinero y comprar algo que llevarse al gaznate?

-Mire señor, si cogiera su dinero quizá podría comer hoy, quizá tendría un día más de satisfacción en mi lengua y algo menos de vacío en mi estómago. Pero si cogiera el turbante, me aseguraría de no tener más calor, de no morir por lo que el humano no puede controlar como es el sol que nos manda nuestro dios. Si hace falta, comeré el musgo de los muros. El dinero va y viene, pero sol solo existe uno.

Y así el pobre continuó sus días bajo el sol demoledor, rodeado de arena, buscando comida entre miles de lugares, pero usó su turbante bajo el sol como sombrilla, bajo las estrellas como capa, bajo la arena como pañuelo, y bajo su memoria como la mejor de las elecciones que jamás se supo hacer.

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(Sin herir sensibilidades, que cada cual extraiga su sentido)

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