miércoles, 21 de enero de 2015

20 minutos y 1

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Hace unos días, paseaba con la pareja de una amiga entre distraída y atenta (por cierto, no te molestes cuando llegues a leerlo) y se le ocurrió la idea de meterme el "bicho" en el cuerpo y decir sin más ni más: "para escribir lo único que hay que hacer es ponerse veinte minutos al día, eso sí, cada día". Y aquí estoy yo, cambiándole de bombilla a las horas para ver si no me quedé miope del todo y aún consigo escribir.

Lo único que no terminaba de convencerme era aquello de los veinte minutos...

Quiero decir, reuniendo todas las propuestas de año nuevo, los propósitos que uno, legañudo puro, se hace cada mañana, las lineas escritas en el "diario de mis días para sorprenderme" que empieza a linea minúscula y acaba en letras enormes de cansancio, las tres o cuatro propuestas más que le comunica uno a amigos, familiares, pareja... ¿qué nos queda? pues una antipatía por uno mismo por no poder cumplir a tiempo y en las inviables fechas o tiempos que nos proponemos todo aquel inventario de ideas al estilo Makro. Y por ello, me propuse dejar las torturas a un lado, el auto-castigo, el auto-invento y otros autos, porque ni tengo carnet de conducir, ni lo veo útil por ahora, y dedicarle 21 minutos al día (1 arriba, 1 abajo).

Y parece mentira, pero es increíble lo que un minuto de desahogo, puede llegar a proporcionar.
Evidenciando el millar de cosas que nuestro cuerpo ya hace de manera automática y que, en la enseñanza se prevé que hacen falta unos 30 minutos para que el estudiante se centre en la labor de atender, un minuto supone respirar, tener una calada más, un sorbo más de café, agotar un bolígrafo, tantear con la lengua un beso o terminar sin agobios un texto.

(¿O ateniéndose de nuevo a otra norma?)

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