martes, 24 de febrero de 2015

Gesticúlame otra vez

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Desde una etapa muy temprana, el ser humano se distingue de los animales en pocas pero muy diferenciadas cosas: la falta de independencia en un largo periodo, la distinción de los colores, la sexualidad temprana... 
Pero lo que me parece más fascinante, es la interpretación de los estímulos y el uso de ello en beneficio propio.

En un momento en el que aún no tenemos desarrollada la capacidad (casi o sin casi) de hablar, tenemos más tiempo de observar y somos capaces de dilucidar como saltarnos las normas y encontrar el punto ciego donde la cámara de la tienda no me ve. "Darse cuenta de", no parece un proceso exclusivamente humano y, a base de repetición y esfuerzo, muchos seres vivos pueden conseguir resultados tremendos y llenos de lógica pero, sin embargo, saber que se puede obtener algo de los demás con una sonrisa, tirando algo o un ruido, es algo que aprendemos desde que somos tamaño guisante.

Seguramente, un cigoto desarrolle la sonrisa a su hermano gemelo de bolsa o sonría al cordón umbilical, (según la interpretación médica de las ecografías) por una gesticulación heredada genéticamente pero, al salir, aprende su uso e influencia. Como ocurre con la inmensa mayoría de nuestro elenco no verbal.

Por eso creo que es muy importante tener en cuenta el cuidado con el que se dicen  o tratan las situaciones cerca de un pequeño ser, y darle las señales correctas de la "compraventa" de actitudes, ventajas y desventajas, que se obtienen a través de un gesto u otro.
Y respetar quienes somos, como somos y dejar aprender. Entendiendo realmente que significa esto último.

Y podremos llamarlo enseñar.

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