jueves, 12 de febrero de 2015

Oremos

02:03

Una mañana despertó y lo vió. 
Tan pronto como latía el impulso cuando se aproximaba, se helaba la sangre en las huellas dactilares, se sentía volar, se alejaba de sí.

Sintió que el lugar no era suyo, que la idea no era la misma, que las comidas, repetitivas y regulares, no tenían el mismo sabor.

Calmó su sed bebiendo del pecho de la primera mujer que llamó a las puertas de su miembro, dejó de avariciar la vida ajena y devoró un plato de patatas a lo pobre para varias personas, bebió vino hasta desmayar en un cine X, en su última sesión, donde dio rienda suelta a su imaginación hasta la última consecuencia. Durmió en casa de unos desconocidos y desayunó con azúcar y una luz libre de horarios.

Entonces se planteó que había deseado hacer y, ahora que cada uno de esos deseos estaba representado por una experiencia, que habría de esperar de las horas.
Se recuerda a sí mismo a punto de pecar horriblemente por el ansia viva de conocimiento, del que sólo proporcionan la piel, la parte animal de nuestro esquema humano.

Y así, revivió una y otra vez aquellos momentos cuando hubo de retornar a su casa, con la compañía de sus hermanos. Y supo que nunca albergaría intenciones fuera de lugar, y que no tenía nada que temer porque, ahora sí, era un hermano, un igual con la humanidad.
Y cada humano, pasa por igual luto.

In nomine Patris. Amen.

02:20 (menos 3 min)

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