domingo, 15 de febrero de 2015

La cultura del esfuerzo

00:57

La promesa de este blog, el círculo al rededor de él, estaba estrechado en torno a escribir "21 minutos al día", cada día, y no romper las reglas del juego. Pero, entonces, un día fui incapaz de organizarme (tanto a nivel cansancio, como a nivel emocional) para poder hacerlo. ¿Y qué es lo ocurrido? Nada. Nada aparente, a excepción de un vacío de líneas, en una carretera marcada.

Por una parte, es un absurdo: si yo misma he marcado las reglas, yo misma puedo romperlas. Y sin embargo, nada más emitir esa misma frase en alto, ha perdido y ganado el sentido al mismo tiempo.

¿Por qué habríamos de obligarnos a hacer cosas, en un principio realizadas por placer y sin ninguna repercusión vital ante su falta, cuando no deseamos hacerlo?

Probablemente por nada.

No ocurre absolutamente nada.

La hierba sigue variando su color, los gatos maullando en el tejado de la casa cercana cada mañana, seguiré roncando cada noche el tabaco que quede en mis pulmones (recientemente desintoxicados) y el frío o el calor seguirá agobiando o dando una placentera sensación a alguien en algún punto del planeta.

Y aún así, me he sentido toscamente culpable por incumplir algo que había programado yo desde un principio.

Así, que he comenzado a pensar en la famosa "cultura del esfuerzo".

Considero una realidad que calculamos una victoria en base al esfuerzo que nos ha costado obtenerla. Y es comprensible: satisfacemos nuestro  ego, nuestra autoestima y nos empujamos a crecer y a continuar.
Pero, como todo, puede tener una gran desventaja. Una que es la que nos crea esa falta de "cuartelillo" para con nosotros mismos y nuestra responsabilidad ante nuestras acciones. Y es que parece que, en muchas ocasiones, si no sentimos esa presión, esa culpabilidad, no movemos un dedo.

Esto me parece bastante preocupante. Es decir, no se trata sólo de que hayamos sido educados en mayor o menor medida bajo sistemas de premio y castigo que hayan fomentado esa "cultura del  esfuerzo" tan nombrada, en concreto, por los medios políticos y de comunicación (como justificación del gobierno ante una serie de medidas anticrisis excesivas), si no que no sabemos tomarnos el tiempo de decir "ahora es razonable que cumpla este objetivo o ahora es razonable descansar y meditar para poder obtenerlo de otro modo".

Crearse metas, llevarlas a cabo, me parece digno y justo. Pero no podemos estar permanentemente con el látigo al cuello, con la sensación de que seremos nada de no arrastrar las piedras a la pirámide cada día.

Todo esto, evidentemente no lo había pensado en el momento en el que me sentía horriblemente mal por faltar un día a mi propia promesa de escribir, pero si soy consciente de que, cada día, seguiré haciéndolo mientras tenga la fuerza de ello

¿Qué gran importancia tiene que un día, muerta de sueño y cansancio, no lo haya hecho? ¿Qué gran importancia tiene que una madre o padre un día no se sienta con fuerzas de poder llevar la casa?
¿Qué importancia real tiene que uno no desee ir cada día a trabajar o no tenga ganas de comerse el mundo cada mañana?

No pretendo decir que fomentar el "pasotismo" o la vagancia sea la fórmula para conseguir nada, pero si nos invito a una pequeña reflexión a cerca de nuestra manera de interiorizar la producción industrial y nuestra maquinización.

Que nuestra autoestima dependa de nuestras acciones, todas, tanto "laboralmente óptimas" como "nulamente conseguidas", y de su compendio, nuestra satisfacción.

01:19 (2'de más)

No hay comentarios:

Publicar un comentario