sábado, 21 de febrero de 2015

La clave del destino

02:03

No quería reconocerlo pero cada mañana le costaba más levantarse y sugerirse a sí mismo que tenía sentido.
Siempre había sido una persona positiva en su tribu, la alegría y esperanza de muchos y el consuelo de otros. Pero ahora, le hubiera gustado recibir sus propios consejos.
Sabía que la vida era un mero trámite para un lugar mejor y, sin embargo, no podía quitarse de la cabeza la idea de que el destino jugaba una mala partida con él.

Si bien, sabía que todo lo que ocurría era "porque había de suceder", no comprendía porque era tan injusta la lluvia con la hierba, el frío con los animales y el hombre consigo mismo.
¿Por qué eran recompensados algunos de aquellos que peor se comportaban a nivel humano, y otros eran castigados sin dañar ni a una mota de polvo en una estantería?
El destino sabrá la respuesta.

Así que cogió todos sus aperos, su mochila y se encaminó al viaje hacia el templo de destino para hacerle unas cuantas preguntas.

Nada más llegar y después de un largo trayecto, supo que había encontrado el punto justo porque un intenso olor a nada se desprendía de aquel edificio inmóvil y lleno de pintadas, pero era allí, donde durante generaciones y generaciones, antepasadas y presentes, habían ido todos los seres humanos a pedir consejo al oráculo moderno.

-"Querido destino, tú que lo reinas todo, tú que entiendes hacia donde vamos y venimos, tú que sabes qué ocurrirá y qué ocurrió, ¿por qué los la mala suerte persigue a unos pocos en pro de otros?"

Por toda respuesta, la nada seguía rumoreando un intenso silencio oscuro.

-"Pero destino ¿ni siquiera quieres hablar conmigo cuando si lo hiciste con algunos?"


Estuvo allí durante más de tres horas, mirando, observando, sacando figuras del ajado gotelé de unas paredes que, de una manera indecentemente inútil, seguían sin proporcionarle ninguna respuesta: ni válida, ni inválida, nula.
Entonces decidió salir de allí y volver, cabizbajo y sin ningún aliento, por donde había llegado.
Destino no existía, y el camino debía hacerlo él, sólo, de ida y de vuelta a su hogar, de izquierda a derecha del mapa, de aquel lugar escondido y putrefacto al calor de lo amado.

Y entonces lo comprendió todo. Alzó la vista al cielo y sonrió.

02:22 (2 de menos)

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